La conservación de la biodiversidad es un tema que ha ganado relevancia de forma progresiva en nuestra sociedad. La preocupación por la pérdida de la biodiversidad vegetal y la necesidad de tomar medidas para frenarla quedó patente en la firma del Convenio sobre Diversidad Biológica, desarrollándose posteriormente la Estrategia Mundial para la Conservación de Especies Vegetales (Global Strategy for Plant Conservation, GSPC). España dio respuesta a este compromiso y puso en marcha la “Estrategia Española de Conservación Vegetal 2014‐2020”, planteando un marco de referencia para la conservación de la diversidad vegetal en España a través de metas, objetivos y principios de actuación. Esta estrategia se centró en la diversidad vegetal silvestre, incluyendo los hábitats y ecosistemas de los que forman parte. En concreto la meta 2 “Conservar in situ y ex situ la diversidad vegetal en España” marcó dos objetivos muy concretos centrados en planificar y gestionar el territorio, dentro y fuera de los espacios protegidos, teniendo en cuenta las necesidades de conservación de las especies vegetales in situ y ex situ. Para ello alentaba la ejecución de translocaciones de conservación para los taxones más amenazados y estableciendo mecanismos de coordinación entre los diferentes actores implicados en el desarrollo de estas acciones, entre otros. Las primeras acciones de conservación a finales de la década de los noventa fueron principalmente in situ: establecer normativas legales, otras encaminadas al conocimiento de la flora en los territorios, a valorar su riesgo de desaparición, y en algunos casos, la puesta en marcha de programas de recuperación que incluían actuaciones tanto in situ como ex situ. Los primeros registros de translocaciones datan de principios de los años 90, momento en el que ya se observaban especies que contaban con pocas poblaciones y pocos ejemplares, como Silene hifacensis y Cistus heterophyllus subsp. carthaginensis, plantas que en la actualidad cuentan con un Plan de Recuperación (Orden 01/2015). En los años posteriores, las acciones se centraron más en la recolección y conservación de germoplasma, así como en el estudio de la viabilidad, capacidad germinativa y cultivo a partir de este material. Con el nivel de conocimiento de las poblaciones, de la disponibilidad de germoplasma conservado y de la capacidad de producir plantones, se iniciaron las primeras translocaciones de conservación en el medio natural (refuerzos, reintroducciones, introducciones, etc.). Tras 25 años de gestión directa destinada a la conservación, tanto in situ como ex situ, activa o pasiva, como son las translocaciones de especies, la creación de microrreservas de flora, la conservación ex situ, etc. es un buen momento para valorar cómo estas acciones están ayudando a mejorar el estado de conservación de nuestra flora amenazada y protegida. Hacer balance de los aspectos tanto positivos como negativos de estas experiencias nos permitirá reflexionar e identificar qué estrategias y acciones fueron efectivas y cuáles no. Esto nos permitirá: 1.- ajustar y redefinir nuestras metas. Quizás algunos objetivos ya nos son viables o se necesitan realizar ajustes para alcanzarlos de manera más efectiva, y 2.- mejorar la planificación para tomar decisiones más acertadas en el futuro.